Mujer contra mujer

César Ponce (Hoppes nº9) Texto elaborado a partir de los testimonios recogidos por Joaquina Castillo y Marta Ruíz en prisiones andaluzas, y puestos a disposición de Hoppes nº9

Las cárceles suelen reservar algún módulo para las mujeres que en menor medida que los hombres necesitan de internamiento penitenciario. Se hacinan sin distinción. No importa la gravedad del delito cometido, la procedencia o los antecedentes. Todas deben convivir juntas por ser minoría. “Lo pasé muy mal, primero porque no hablaba la lengua, después porque me encontré con personas extrañas que nunca pensé encontrarme en mi vida” declara una reclusa angoleña del C. P. de Huelva. La aglomeración acrecienta los conflictos sociales, como demuestra el testimonio de otra interna, en este caso colombiana (C. P. de Córdoba): “Nosotras lo que venimos pidiendo es que nos den un módulo de respeto. Nosotras tratamos con educación a las funcionarias. Estamos cumpliendo nuestra pena, sí, pero no tenemos por qué aguantar todo el día los gritos y las peleas de las españolas, que esté todo sucio y se tiren las cosas al suelo”. La diferencia cultural también se manifiesta en las cárceles: “las otras (refiriéndose a las españolas) no tienen tanta educación para pedir un favor”, declara una mujer argentina del C. P. Algeciras. La prisión es  el reflejo de la realidad exterior: “Hay más racismo en la calle que aquí dentro, yo esas dificultades ya las he pasado fuera, te ven en la calles y como eres marroquí ya eres prostituta”, sentencia una de las internas de Algeciras.

La mayoría de internas extranjeras son primerizas y en su mayoría relacionadas con el tráfico de drogas. “Gente, colombianos que llegan a Barajas y lo que conocen es Barajas-Soto del Real”, ilustra una de las funcionarias de vigilancia del módulo de mujeres. En la mayoría de ocasiones el delito está ligado con la supervivencia: “No fue ni coca ni nada, un par de kilos de hachís. Estaba desesperada por pagar el alquiler”, testifica una reclusa marroquí. “Yo he limpiado, he trabajado en restaurantes, he cuidado niños, he vendido cosas….y lo último ya fue entrar en el narcotráfico…lo hice porque me avisaron de Colombia de que me mi hijo necesitaba una operación”, se justifica una mujer colombiana. En muchos casos ni siquiera existe la consciencia de la gravedad del delito, y surgen las comparaciones, como demuestra el testimonio de una reclusa argentina de Alhaurín de la Torre: “Yo no digo que esté bien lo que yo tenía, pero mucho peor es andar poniendo bombas o andar matando gente por la calle….una española tiene 1200 euros de fianza y a mí me ponen 35.000 … a mí me caen desde9 a13 años, pero ¿es que estamos todos locos?”

Muchas internas velan desde prisión por sus familias, especialmente por sus hijos. El papel de madre se mantiene. “Las gitanas viejas se comen lo de los hijos. Tienen un sentido del deber, del papel de madre, casi todas las viejas que han estado aquí se han comido lo de los hijos”, expone la funcionaria prisión. “Mi familia sabe que estoy acá, pero mi hijo menor no sabe que estoy en prisión, cree que estoy trabajando”, manifiesta una interna colombiana.

Otra realidad que viven es la discriminación de género. Para muchas reclusas se hace evidente: “Las mujeres están discriminadas en el tema de la limpieza; a mí eso es una cosa que me da muchísima rabia, que siempre tengan que ser las mujeres las que limpian, pero ¿qué es lo que ocurre? Que como los hombres no limpian bien, pues a la mujer y siempre son las internas mujeres, por el hecho de ser mujer y por el hecho de limpiar bien, por lo que salen, ni más ni menos”, revela una de ellas. Esto sucede a pesar de que las mujeres suelen ser más participativas: “Aquí no hay trabajo, no hay talleres, no hay nada; hay dos talleres, y este año se cierra uno que es el de cerámica, que nosotros vamos. Si hubiera trabajo, ordenadores, talleres, y eso […] porque estar en el patio tantas horas trae problemas”, afirma una interna de Alhaurín.

Incluso en reclusión se busca el mayor confort posible. El traslado de cárcel puede resultar positivo o negativo en función de cada caso: “Mejor ésta que aquélla (se refiere a la antigua prisión madrileña de Yeserías), porque aquélla era de película. Allí había de todo; navajas, jeringuillas […] eso era una mafia, te mataban […] había negras, gitanas, sudamericanas. Aquí no se ve eso, y entraba mucha droga, mucha. Cuando era día de cobro te estaban esperando tres o cuatro para quitarte el dinero, en fin”, asegura una mujer marroquí con nacionalidad española. “Yo estuve en Albolote. Allí las funcionarias son un amor, súper buena gente. Colaboran, te hacen un favor, son amables. A la hora del recuento tú no tienes que pararte como si ellas fueran unas reinas, simplemente, con que te vean que estás en la celda basta. Allí se ponen a charlar con una, le llevan revistas… el trato es diferente totalmente”, indica otra reclusa de Alhaurín, para la que el cambio resultó negativo. Para otras sucede todo lo contrario, como en el caso de una de las internas de Algeciras: “Me trajeron aquí y me llevaron al módulo de ingresos. Yo preguntaba que cuándo me iban a llevar a la prisión y me respondían ya estás en la prisión, y yo no me lo creía. Todo el mundo vestía normal y en mí país llevan camisetas de rayas […] Todo está limpio y bonito”.

Escuchando sus testimonios se demuestra que existe un fenómeno con diagnóstico de problema. Independientemente de su gravedad, no parece que las medidas adoptadas para solucionar estas adversidades hayan resultado efectivas. Ser minoría en este caso es el perjuicio. El delito, parece, es delinquir menos.

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